Hay días en los que todo parece avanzar, pero tú te sientes quieto por dentro. Estás ahí, pero algo se siente desconectado, como si fueras parte de la escena sin estar realmente presente.
A veces sentirse así también es parte de ser humano
Muchas personas notan que algo dentro de ellas ha cambiado, aunque no sepan exactamente qué. A veces se trata de una tristeza leve pero constante, otras veces de un cansancio emocional que no desaparece ni con descanso. Y hay quienes simplemente se sienten apagados, como si la chispa que antes los movía ya no estuviera. Esto no siempre se nota desde fuera. Puedes seguir trabajando, saliendo con amigos, cumpliendo con tus responsabilidades… pero por dentro, algo no termina de hacer clic.
Tal vez últimamente te cuesta concentrarte o has perdido el interés en cosas que antes disfrutabas. Tal vez has sentido que estás más irritable, más ansioso, o simplemente más cansado de todo. Incluso puede que te hayas dado cuenta de que sonríes por inercia, pero cada vez te cuesta más conectar con lo que realmente estás sintiendo.
Algunas personas dicen que es como cargar un peso invisible. No es que no puedas con él, pero está ahí, haciendo que todo se sienta un poco más difícil. No siempre puedes explicarlo, y a veces ni siquiera sabes por dónde empezar. Y eso puede hacerte sentir confundido, aislado, hasta frustrado contigo mismo. Como si deberías estar "mejor", aunque no sepas qué significa eso ahora.
Quizás te has preguntado si es solo una etapa o si hay algo más profundo que merece atención. Y la verdad es que no necesitas una gran razón para sentirte como te sientes. A veces, el malestar se va acumulando de a poco, sin que nos demos cuenta. Y cuando por fin logramos mirar hacia adentro, ya llevamos mucho tiempo cargando cosas que nunca nos detuvimos a nombrar.
Es más común de lo que parece sentirse desconectado, desmotivado o simplemente diferente a quien eras hace unos meses. A veces este cambio es tan sutil que pasa desapercibido. Otras veces se siente como una ola que te revuelca sin previo aviso. En cualquiera de los casos, eso que sientes es válido. No necesitas explicarlo de forma perfecta para que merezca ser escuchado.
También hay quienes lo viven desde el silencio. Que sonríen con todos, pero por dentro sienten un vacío. Que cumplen con todo, pero cada vez les cuesta más encontrar sentido en lo cotidiano. Es ese tipo de sensación que no se nota a simple vista, pero que puede volverse muy pesada cuando se guarda por tanto tiempo. Porque aunque no se vea, duele. Y aunque no lo digas en voz alta, existe.
En muchos casos, lo que aparece es una sensación constante de estar desconectado del resto. Como si los demás siguieran avanzando mientras tú estás estancado. Como si fueras el único que no entiende por qué se siente así. Pero no eres el único. Hay más personas de las que imaginas que también están intentando comprender lo que llevan por dentro.
Puede que te estés exigiendo demasiado. Que estés sintiendo culpa por no estar “bien”, o por no responder como antes. Esa presión silenciosa puede hacer que te sientas aún más agotado, como si nada fuera suficiente. Pero no tienes que tener todas las respuestas hoy. A veces, solo parar un momento y reconocer lo que sientes ya es un acto de cuidado.
Mirar hacia adentro puede dar miedo. Pero también puede ser un primer paso hacia algo más honesto contigo mismo. No para buscar soluciones inmediatas ni forzarte a cambiar. Solo para reconocer que lo que pasa dentro de ti importa. Y que mereces un espacio donde eso tenga lugar, sin juicio, sin prisas, sin tener que justificarte todo el tiempo.
Estás aquí, leyendo esto. Y quizá, aunque no lo sepas aún, ya empezaste a hacer algo por ti. Porque escuchar lo que uno siente también es una forma de seguir adelante — a tu ritmo, a tu modo.
Hay quienes aprenden desde pequeños a no molestar, a no expresar demasiado, a guardarse lo que sienten para no preocupar a los demás. Con el tiempo, eso se vuelve automático: te haces fuerte, te vuelves funcional, y nadie se da cuenta de que por dentro estás aguantando más de lo que deberías. Hasta que llega un momento en el que ni tú sabes muy bien cómo te sientes. Solo sabes que algo no está bien, aunque no puedas explicarlo.
Y no es que quieras rendirte. Es solo que a veces se vuelve cansado sostener todo. Ser quien siempre está bien, quien resuelve, quien puede con todo. Incluso si por fuera todo parece en orden, tu cuerpo y tus emociones pueden estar enviando señales sutiles: el desgano, los pensamientos que no se callan, la necesidad de desconectarte de todo sin saber por qué. Son formas en que algo dentro de ti está diciendo: “necesito una pausa”.
También puede pasar que, en medio de todo esto, te cuestiones si lo que sientes “vale la pena” ser atendido. Como si hubiera una jerarquía del dolor, y el tuyo no fuera lo suficientemente importante. Pero lo que sientes no se mide con reglas externas. Tu malestar no necesita compararse con el de nadie para merecer atención. Lo que pasa dentro de ti es real, y eso ya es razón suficiente.
Hay algo muy humano en querer entenderse. En buscarle sentido a lo que nos atraviesa, incluso cuando es confuso. Tal vez tú también estás en ese punto. No porque estés “mal”, sino porque estás empezando a escuchar lo que llevas tiempo callando. Y eso, por más pequeño que parezca, ya es un movimiento importante.
Quizá no se trate de encontrar una respuesta clara, sino de empezar a hacer espacio para ti. Un espacio donde tus emociones no tengan que esconderse. Donde puedas nombrar lo que sientes sin sentirte débil, exagerado o roto. Porque no estás roto. Estás viviendo. Y eso, a veces, también se ve así: en la incomodidad, en la duda, en los silencios que piden ser escuchados.